domingo, 28 de noviembre de 2010

El conductor del Ferrari

«It's gonna be easy.» Palabras de LeBron James tras su desembarco en Miami Beach, hará un par de meses. Él puede, así que yo también. Me voy a tomar la licencia, sí, señor. ¿Por qué no? Hoy voy a empezar con un:

«Te lo dije.» Los Heat no funcionan. Éramos unos cuantos los que augurábamos que este conjunto de súperestrellas el bloque definitivo, el gigante entre gigantes, el equipo a batir... no cumpliría con las expectativas, al menos a corto plazo. Parece ser que el tiempo nos está dando la razón, para quitársela al sedicente King.

Tras el triunfo en los despachos durante el mercado estival por parte de Pat Riley, todo parecía un camino de rosas para Miami. Se llevaban a dos de los pesos pesados por los que todas las franquicias suspiraban, y además mantenían atado y bien atado al que ya tenían entre manos. Acababa de fraguarse The Biggest Three. Un coche lujoso y de alta cilindrada, puesto en manos de un entrenador joven que tiene aún mucho que demostrar. Dwayne Wade, Chris Bosh y LeBron James. Tres de los diez mejores jugadores de baloncesto sobre la faz de la Tierra jugando juntos, con una misma camiseta. La imagen es para echarse a temblar, pero los números hablan por sí solos, y dicen otra cosa. Un balance de nueve victorias por ocho derrotas, a finales de noviembre. Un equipo que había llegado a ser comparado, por su portencial, a los Bulls de Jordan. Nota: Los Bulls de Jordan lucieron un 72-10 a final de temporada en su mejor año. Ocho derrotas son dos menos que diez.

Cómo cabía esperar, las acusaciones no han tardado en volar de un lado a otro. Está claro que alguien tiene que cargar con al culpa de semejante catástrofe. O no.

En primer lugar, los Heat sufren dos graves cojeras. Una, en el puesto de base. Carecen de un organizador de juego competente. La otra, en la zona. Necesitan a un pívot rocoso, capaz de ejercer el papel de escudero de Bosh y pelearse con los hombres grandes de otros equipos. En este punto, veremos qué tal les sienta la llegada de Dampier. Pero que nadie me malinterprete. No estoy diciendo que los de Miami necesiten a un Steve Nash como director de orquesta y a un Dwight Howard para comerse a los rivales en la pintura. Ni mucho menos. En lugar de explicarme, voy a limitarme a proponer un ejemplo esclarecedor. Derek Fisher en los Lakers. Obediente y aplicado. La perfecta imagen de un base de garantías.

Por otra parte, el baloncesto se rige por un reglamento muy quisquilloso, y es que sólo se permite utilizar un balón. Vergonzoso, lo sé. Esto hace que contar con dos jugadores de perfil casi calcado en un mismo equipo, a veces, suponga un problema. Estoy hablando de Wade y LeBron, dos tipos que necesitan tener el caucho entre sus dedos durante mucho tiempo para demostrar su calidad. Y eso está bien, cuando el equipo juega para ti. Pero cuando tu rol no está muy definido y tienes que compartirlo con otro, nos encontramos con que uno de estos dos cracks —escolta y alero, respectivamente, posiciones distintas a la de base—, se ve subiendo la bola y botándola en el campo contrario, sin saber muy bien dónde meterla, durante 20 segundos. En baloncesto, las posesiones duran 24.

Finalmente, el conductor del Ferrari, Erik Spoelstra. Cuando le dieron las llaves, seguramente no se lo creyese. «Aquí tienes. Tres cracks de talla XXL a tus órdenes. Tres jugadores que prácticamente se entrenan por sí solos a tu entera disposición. Para ganar un anillo o cinco. O diez Es probable que se frotase las manos pensando en el premio al Coach of the Year. Dos meses después de estrenarlo, al coche no dejan de salirle achaques. Serán las bujías, seguramente. Pero las críticas le llueven a él. No voy a poner en tela de juicio el hecho de que las merezca o no. Simplemente diré que es un entrenador joven y relativamente inexperto, por lo que a mí no me sorprende, pero dudo mucho que toda la culpa descanse sobre sus hombros. Para terminar de ser ambiguo, predigo que con la vuelta de Pat Riley a los banquillos, que, calculo, se producirá más o menos cómo regalo de Navidad, la situación adquirirá un cariz diferente. 

En conclusión, con los equipos formados de la noche a la mañana, a fuerza de poner los billetes sobre la mesa, a veces pasan estas cosas. Nunca me ha gustado el modelo "Florentino Pérez", así que no me pidáis objetividad. Para jugar al PC Football Manager está bien, pero aplicado al mundo real suele acabar resquebrajándose. Por ahora, los números me dan la razón. Veremos si, allá por mayo, el tiempo y Pat Riley acaban quitándomela.


Un saludo.

domingo, 21 de noviembre de 2010

El futuro no quiere esperar

El Mundial de Turquía nos dejó una reseña destacable a los ojos de todos. Algo más allá de la decepción de nuestra selección.

Algunos ya lo sabíamos. Veníamos de verle hacer maravillas durante toda la pasada temporada NBA. Otros sólo le conocían de oídas, pues no vende tanto como los ya consagrados Kobe o LeBron. Los menos, ni siquiera tenían noticia de su existencia. Flagrante. Estoy hablando de Kevin Durant.

No es más que un chico delgaducho, aparentemente frágil. Un muchacho endeble que encierra un talento que no parece tener techo. Un tipo cuya facilidad para encestar me lleva a recordar a la de un tal Jordan, de nombre Michael. Valiente blasfemia, pensarán algunos, —yo mismo he llegado a planteármelo pero así fue. Sostener otra cosa sería faltar a la verdad. Durante buena parte del Mundial no podía evitarlo. Entiendo que haya quién quiera crucificarme por ello. No os culpo.

El equipo B que envió EEUU al Mundobasket tenía un difícil cometido. Recuperar el cetro. A simple vista, Coach K contaba con una plantilla de segunda, con una nómina de pívots, como poco, limitada. Sin embargo, Durant se echó el equipo a la espalda y demostró que hay baloncesto más allá de Kobe, LeBron, Wade o Melo. Lideró a su selección hacia la gloria del Oro. Y obtuvo de esta manera el merecido reconocimiento que el mundo no le había otorgado hasta el momento.

Volviendo al mundo NBA, en este momento, Durantulla se encuentra rodeado de un entorno idóneo para su óptimo desarrollo y crecimiento como jugador. Es el eje de un proyecto joven y prometedor en Oklahoma, franquicia que gozaba de margen salarial suficiente como para poder atraer al equipo a alguna otra estrella durante el mercado veraniego. En lugar de eso, optaron por conservar el núcleo que ya poseían, dotándolo de más piezas jóvenes que puedan madurar al lado de Durant, Westbrook, Harden & Co.

Los Thunder descargan buena parte de su peso sobre los hombros de Durant y Westbrook. Se complementan a la perfección. Un cóctel veloz y explosivo a partes iguales. Ambos despliegan unas cualidades físicas que los convierten en una maquinaria ofensiva extremadamente difícil de parar. Y si a esto le sumamos a los emergentes Jeff Green y James Harden, que a la chita callando combinan casi 30 puntos por partido, queda claro que estamos ante un backcourt digno de ser tenido en cuenta.

En la zona nos encontramos con Serge Ibaka, congoleño de nacimiento, pero sumido en un continuo flirteo con la nacionalización española —ojalá—. Jugador que goza de un físico portentoso, intimidador como pocos bajo los aros. En mi opinión, todavía tiene mucho que enseñarnos. Sólo necesita minutos y confianza. Y aportando experiencia, cordura y rebote —el otro más que el uno— Nenad Krstic y Nick Collison. No está mal.

Es comprensible que pasar de 23 victorias a 50 de un año para otro levante mucha polvareda, revuelo y expectativas. Pero tampoco vamos a engañarnos. Los chicos de Brooks han dado un salto de calidad sobresaliente en la joven franquicia de Oklahoma, pero de ahí a ganar anillos, media un largo trecho. En cualquier caso, el conjunto parece poseer los mimbres necesarios para conformar un bloque sólido de cara a ganar el campeonato de aquí a unos años, siempre y cuando a Scott Brooks no le persiga la maldición del Coach of the Year. Todo pasa por seguir al pie de la letra el lema que reza la página web del equipo. No podría ser más acertado: «Rise Together». Amén. 

Por el momento, toca pelear cada partido, luchar por clasificarse en los Playoffs y, una vez allí, dar mucha guerra. La silueta del anillo se perfila en el horizonte de Durant y los suyos. Let see what they've got.


Un saludo.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Un último intento

Este año, por primera vez en mi vida, he celebrado una victoria de Boston. Dos, a decir verdad. Ambas contra The Biggest Three. Ese equipo formado en un abrir y cerrar de ojos siguiendo las directrices de las complejísimas e intrincadas técnicas «Florentino Pérez». Comprar el éxito a golpe de talonario. O al menos intentarlo.

Es por ello que esta vez no voy a hablar de un equipo que me gusta. No. Esta vez voy a hablar de los Celtics.

En el vestuario de Boston se ha congregado un verdadero Dream Team de viejas glorias. Jugadores que, aún luciendo una innegable calidad, dejaron atrás su mejor momento hace años. Jugadores que, habiendo perdido buena parte de su explosividad, unen sus esfuerzos para suplir estas y otras carencias. Y es que los años no perdonan.

Echemos la vista atrás. Veremos que la fórmula funciona. Un anillo, una aparición en las Finales forzando a los chicos de Phil Jackson a jugar un séptimo partido, y una pelea constante por llegar lejos en Playoffs. Si a la plantilla que ha logrado esto en los últimos tres años le añadimos a los dos O'Neal —Shaquille y «el otro», que diría el gran Montes—, llegados para cubrir la baja de Perkins, nos encontramos con un conjunto temible. Lo mires por donde lo mires.

Aunque sólo sea por nombre —y renombre—, este combinado parece más sólido que el que el pasado año quedó a un sólo partido de la gloria del anillo.

El peso del juego exterior sigue cayendo sobre los veteranos hombros de el bombardero, Ray Allen, y el capitán, Paul Pierce. Un seguro de vida desde la larga distancia. Pierce es indiscutiblemente el alma de este conjunto, y probablemente verá su número colgado en lo más alto del Boston Garden algún día, mientras que Allen, a pesar de caer cuesta abajo de manera irremisible, sigue manteniendo una de las mejores muñecas de la competición.

El polémico Kevin Garnett, sus rodillas mediante, sigue siendo una fuerza intimidadora bajo los tableros. Él, junto a su habitual recambio, «Big Baby», y el recién llegado Jermaine O'Neal, se encargará de sostener la carga del juego interior de la marea verde. Si además contamos con el mermado pero siempre eficiente Shaq, no parece haber motivo para preocuparse, siempre y cuando las lesiones respeten. Y Perkins vuelve después de Navidad.

Rondo. El chico tímido que tanto revuelo ha levantado con su festival de asistencias en las últimas semanas. Es la única estrella joven con la que cuenta Doc. El presente y futuro de la franquicia. Tiene por cometido llevar las riendas de este Cadillac del 59. Pero no podrá pisar el acelerador a fondo. Sus compañeros cuentan ya demasiadas primaveras como para poder desplegar en torno a ellos el juego frenético y ágil que acostumbra. Por otra parte, deberá trabajar su tiro exterior, si realmente quiere ser un base peligroso dentro del campeonato, sin dejar de lado su faceta de playmaker. Su sustituto, Robinson, no es un base pasador, y de Von Wafer no vamos a hablar.

Finalmente, en el banquillo, Doc Rivers. Se especuló con que podría tomarse un año sabático o bien marcharse a los Heat, para poder estar más cerca de su familia —que vive en Florida—. Finalmente decidió permanecer junto a los verdes, factor decisivo, si tenemos en cuenta la marcha de su asistente y principal responsable del éxito defensivo del equipo, Tom Thibodeau, a Chicago. Rivers tendrá que repartir los minutos entre sus estrellas con criterio para que todos lleguen en las condiciones adecuadas a la post-temporada. Difícil cometido.

En Boston han hecho los deberes. Aspiran a todo. Es ahora o nunca. Bajo mi punto de vista, son dignos de elogio. Es por ello que les he dedicado el artículo de hoy.

Como ya he dicho, no me gustan los Celtics. Nunca me han gustado. Pero dadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.


Un saludo.

domingo, 7 de noviembre de 2010

El dudoso arte del «trash talk»

El supuesto apelativo que le coloca Kevin Garnett a Charlie Villanueva durante el choque Celtics-Pistons de esta semana, desata la polémica. «Enfermo de cáncer». Pongámonos en antecedentes. Villanueva padece  alopecia areata, una enfermedad que impide que su cuerpo, en su totalidad, genere pelo. Sobra mentar los múltiples problemas que esto le causó durante su etapa en el highschool y su posterior paso al college. Aclarado este punto, sólo nos queda aplaudirle la gracia a Garnett. Qué acertado eso de tomarse a la ligera algo tan trivial cómo un simple cáncer. Qué tipo más ingenioso y locuaz. Qué buen gusto. Qué clase.

Por si alguien lo duda —me dolería a estas alturas—, modo ironía: ON.

Este hecho es notificado al mundo por Charlie en su twitter horas después de que, supuestamente, tuviese lugar. KG no tarda en desmentirlo, afirmando que lo que él dijo fue únicamente que era «cancerígeno para su equipo y para la liga». Bravísimo.

Llegados a este punto, cada uno creerá lo que quiera creer o no creerá nada. En mi caso, me decanto por brindarle mi confianza a un jugador poco amigo de problemas y polémicas, como lo es Villanueva, en detrimento del mayor bocazas que ha dado la liga en los últimos años. Cuando daba mis primeros pasos en la cancha, Garnett era mi ídolo. Mis primeras AND1 fueron las suyas. Kevin era un gran jugador y yo era un pequeño ingenuo. Con el transcurso de los años, te das cuenta de que un gran jugador no tiene por qué ser un gran deportista. Big Ticket me lo ha dejado muy claro.
Narrada la anécdota de la semana, entramos en materia. El trash talk, que significa de una manera más o menos literal «hablar basura», es el, a mi juicio, innoble arte que practican ciertas estrellas —o no— con el fin de desquiciar psicológicamente a su rival en el terreno de juego. La línea que separa la mera provocación de la descalificación personal o la falta de respeto es realmente estrecha, y muchos no dudan a la hora de traspasarla. Ha habido, hay y habrá mucho lenguaraz descocado suelto por los terrenos de juego. Hablamos de Barkley, Laimbeer, Payton, Bird... e incluso el mismísimo Jordan, en ciertas ocasiones. Las series contra los Bad Boys le curtieron, sin ninguna duda. Ríos de basura fluyen indemnes por los parqués de la mejor liga del mundo cada noche, y poco se hace —o se puede hacer— por evitarlo.

La pregunta que lanzo al aire es: ¿hasta qué punto es este comportamiento digno de ser defendido? Hay quién sostiene fervientemente que forma parte del juego, que va unido de manera inherente a este o cualquier otro deporte. Por otra parte, estamos los que consideramos la guerra verbal algo innecesario y, llegados a cierto punto, incluso molesto.

Si realmente soy mejor que tú, no necesito recordártelo. No necesito decírtelo para que te desmoralices y me pongas las cosas más fáciles. No necesito regodearme humillándote con palabras, cuando puedo superarte con hechos. Me basta con romperte la cadera con mi dribbling. Me es suficiente con hacer añicos tu defensa bailándote en el poste. Me sobra con ganarte la posición con mi físico privilegiado, o simplemente, con mis implacables ganas de pelear cada rebote. Me alcanza con escapar de tu marcaje para acabar dando ese pase extra al compañero que espera solo más allá de la línea de triple.

Esta vez estoy hablando de otra raza de jugadores. Hablo de Duncan. Hablo de Hill. De nuestro Pau. Hablo de Robinson, de Battier. Hablo de Billups y de Nash. Hablo de Yao. Hablo, en definitiva, de todos aquellos que realmente saben de qué trata este juego.


Un saludo.