domingo, 29 de mayo de 2011

El fin del camino

Treinta equipos. Siete meses. Dos finalistas. Un campeón. Esto es la NBA, damas y caballeros. Arrancan las Finales.


Por la Conferencia Oeste, Dallas Mavericks. Por la Conferencia Este, Miami Heat. Los oponentes son ya viejos conocidos y el recuerdo del choque de 2006 entre ambas escuadras permanece latente en el imaginario colectivo. Pese a ello, se enfrentan cara a cara dos modelos de equipo diametralmente opuestos. Dos filosofías irreconciliablemente enfrentadas. Dos maneras diferentes de entender aquello del BA-LON-CES-TO. Entramos en materia.

Dallas Mavericks

Los de blanco y azul constituyen sin lugar a dudas un equipo veterano. Llevan años luchando por hacerse un hueco en la parte alta de la tabla durante la temporada regular, invirtiendo un esfuerzo ímprobo para permanecer en la élite del ya no tan salvaje Oeste para, una vez acometida la gesta, dilapidar el sacrificio, caer de rodillas y observar como sus anhelos se diluyen irremisiblemente ante sus ojos. Esta invariable actitud ha llevado tanto a los medios como a los aficionados, amigos del clasificado cuidadoso y el etiquetado fácil, a colgarles el cartel de “Perdedores”. 
 
Dispusieron de su oportunidad más clara hace 5 años, precisamente ante los Heat, si bien éstos últimos diferían sustancialmente de lo que son a día de hoy. Comenzaron partiendo como favoritos, dominando la serie con un lapidario 2-0, que únicamente sirvió para acrecentar la caída que sufrieron posteriormente. El tándem Wade-Shaq consiguió darle la vuelta a la situación y coronar a los suyos como campeones.

A día de hoy, el escenario no se muestra muy diferente. Los de Texas han consumado una Regular Season destacable y han alcanzado las Finales sin excesivas dificultades. Si bien es cierto que esta vez no parten como favoritos, pues su rival se encuentra en su mejor momento, vienen de apear al vigente campeón de la pugna por el título. El hecho de haber conseguido arrebatarle el billete hacia el anillo a los Lakers de Kobe Bryant y Phil Jackson podría conferirle a este conjunto la confianza y seguridad en sí mismos que necesitan para pasar por encima del Big Three.

Las claves de la resurrección Maverick constan de una serie de premisas de relativa sencillez. Como punto de partida, los chicos de Cuban necesitan a la mejor versión de Dirk Nowitzki. Sin ella, están condenados. A su favor corre el hecho de que es ésta exactamente la que se está dejando de ver en los últimos encuentros. Por otra parte, deben hacer lo posible por imponer la primacía de su concepto de grupo sobre el imperio de las individualidades que reina entre los Heat. Finalmente, conviene aprovechar los años de rodaje que reúne buena parte de los miembros de esta plantilla, pues existe un convenio tácito no escrito que sostiene que la experiencia resulta decisiva a la hora de llevar a buen puerto el asalto al anillo.

En conclusión, los de Dallas deben recurrir a la exquisitez de su estrella, el trabajo en equipo y la veteranía de sus jugadores. Sólo así conseguirán arrancarse esa condenada etiqueta.


Miami Heat 

El conjunto rojo y negro se planta al final del camino con un proyecto de proporciones bíblicas puesto en pie entre ayer y hoy. A pesar de ello, se alza como el equipo a batir. El bloque definitivo. El gigante entre gigantes. Un combinado por el que se han derramado ríos de tinta. Se decía de ellos al arranque de la temporada que cualquier final que no culminase con el campeonato entre sus manos sería considerado un fracaso rotundo. Y, pese a las numerosas vicisitudes acontecidas durante el trayecto, aquí están, cumpliendo con las expectativas.

De los Heat que se coronaron campeones cinco años atrás sólo queda Dwayne Wade. Diesel y una buena parte de los secundarios tomaron caminos divergentes y el proyecto se disolvió alrededor del pilar maestro. No fue hasta el pasado mercado estival cuando Pat Riley se erigió con el triunfo en los despachos, adhiriendo a LeBron James y Chris Bosh a su particular cruzada por constituir The Biggest Three. Tres de los diez mejores jugadores de baloncesto sobre la faz de la Tierra vistiendo una misma camiseta. El plan sonaba condenado a la gloria.

Meses más tarde, comienzan a sucederse las catástrofes. La escuadra arranca la temporada con un bagaje mediocre, válido tal vez para cualquier otro equipo, pero no para uno que aspiraba a conseguirlo todo desde el momento mismo de su constitución. Los baches terminan siendo superados sólo para ceder espacio a más desavenencias. Las derrotas ante otros equipos más «hechos» golpean a los Heat y las lágrimas se abren paso en el vestuario. 

Las temporada regular toca a su fin entre estas y otras andaduras. Entretanto, el cariz de la situación se torna repentinamente favorable. Los Heat eliminan a los Sixers en Playoffs sin dificultades, se deshacen de unos Celtics demasiado viejos para después pasar por encima de unos Bulls demasiado jóvenes y presentan sus credenciales en las Finales ante un viejo conocido. El viento sopla a su favor.

El camino hacia las mieles de la anillo pasa para ellos por los siguientes puntos. En primer lugar, necesitan a sus tres estrellas en plena forma. A lo largo del año, ha quedado demostrado que cuando un elemento de esta terna flaquea, el equipo suele hacerlo con él. También habrán de extraer de Haslem toda la capacidad intimidatoria y defensiva bajo los tableros de la que carecen el resto de miembros de la plantilla. Por último, les resultaría muy conveniente rescatar a James Jones para que prodigue uno de sus festivales anotadores desde la larga distancia, especialmente en el caso de que los engranajes principales no consigan girar al ritmo exigido y esto desemboque en un atasco ofensivo. 


No son las Finales que muchos habríamos soñado. No tienen el aroma ochentero de un clásico Lakers-Celtics. Tampoco podremos ver a nuestro Pau consumar el threepeat como escudero de Kobe. Ni siquiera seremos testigos del renacer de franquicias históricas como lo son Chicago o New York. 

Tendremos en contrapartida, unas Finales de contrastes. Una serie electrizante, de impacto. Dos antagonistas enfrentados en un cuerpo a cuerpo sin piedad. Y, ¿quién sabe? Tal vez sea el momento indicado para que leyendas vivientes como lo son Kidd o Nowitzki le pongan el broche de oro a sus brillantes carreras. O tal vez haya llegado el día en el que sedicentes reyes se enfunden su corona y justifiquen, de una vez por todas, el título que años atrás decidieron atribuirse a sí mismos.


Un saludo. 


P.D. Este artículo aparecerá publicado en el número 3 de la revista FadeAway lanzamos el número el primer día de cada mes. (http://revistafadeaway.es/)

domingo, 22 de mayo de 2011

El espejo

La post-temporada 2010/2011 quedará grabada a fuego en la mente de los Lakers por el resto de su historia. El —¿inesperado?— batacazo ante los Dallas Mavericks en forma de barrido arrasó con la moral de los angelinos. Pero hubo un hombre sobre el que el asfixiante peso del fracaso se posó dos veces. Kobe Bryant.

La derrota escoció particularmente al astro de púrpura y dorado por una razón. Le arrebató la posibilidad de repetir threepeat y equiparar así su palmarés al del jugador con el que siempre ha sido comparado. El GOAT (Greatest Of All Time). Michael Jordan. Por otra parte, más allá de la privación de la gloria inmediata, la caída ha resultado sonora y la ruta hacia el anillo en los próximos años se ha convertido en un camino escarpado. La cifra de 6 se desvanece en el horizonte del 24 angelino. Y, una vez más, el debate está servido.

Tal vez sea por su carácter competitivo, sus ansias de victoria, su capacidad de liderazgo o su obsesión por el baloncesto. O tal vez por el sincretismo en sus saltos, gestos, poses y canastas. Sea como fuere, el alud de comparaciones entre uno y otro viene sucediéndose de manera inevitable de unos años a esta parte.

A día de hoy, Kobe cuenta sus adeptos y detractores manejando cifras similares, mientras que Michael es recordado como poco menos que un dios, tanto por aquellos que vivimos sobre del parqué como por los que se sitúan lejos del mismo. 

Pese al lavado de cara que ha llevado a cabo el primero durante los últimos años, sus enemigos siguen tildándole de copia malograda, chulo desafiante y chupón irrespetuoso. Sacan a relucir su enfrentamiento con uno de los más grandes —no exclusivamente en términos literales— que jamás hayado puesto un pie en una cancha de baloncesto, Shaquille O'Neal, y le critican duramente por ello. Olvidan las reyertas Jordan con Bill Cartwright, Will Perdue o Steve Kerr, amén de la mancha azul en su expediente, fruto de su paso por los Wizards.

Si nos detenemos en los números, Jordan está objetivamente por encima de Bryant. Información, que no opinión. Como contrapartida, si establecemos una comparativa teniendo en cuenta sus edades, las distancias se acortan ligeramente. Vayamos más allá. Tomemos en consideración la batería de buzzer beaters decisivos que el escolta angelino prodigó el pasado año. La misma con la que superó al ex de los Bulls en lo que a capacidad de resolución de partidos se refiere. Las diferencias siguen difuminándose.

Expuesto esto, y si bien Kobe representa lo más parecido a Michael que se deja ver en estos días sobre un terreno de juego, el que suscribe nunca fue amigo de comparaciones. Sin embargo, es consciente de que para la mente humana resultan un obstáculo insalvable. 

Pese a ello, una cosa permanece clara. Se trata de algo que va más allá de números o actitudes.

El mejor no admite comparaciones.


Un saludo.

viernes, 20 de mayo de 2011

Una vez más, gracias

A viernes y por aquí. Tres meses después. Otra vez en la brecha.

La Revista Oficial NBA ha vuelto a publicar uno de mis artículos como Artículo del Mes. En este caso se trata de «Lágrimas», posteado en el blog unas semanas atrás.

Una vez más me faltan las palabras. Sólo puedo daros las gracias.

A los que lleváis ahí desde el primer momento, pero también a los recién llegados.

Gracias nuevamente. Con la cabeza y con el corazón.


Un saludo.

domingo, 15 de mayo de 2011

La etiqueta

Para rememorar el comienzo de la travesía, hemos de poner la vista cinco años atrás. Unos Mavericks de juego vivaracho, alegre y combativo llegan a los Playoffs con 60 victorias de Regular Season en su haber. Aprovechan el billete hacia la post-temporada y, por primera vez en su historia, se presentan en las Finales de la NBA. Tras muchos años luchando por alcanzar este momento, tienen el título a tiro de piedra. Parten como claros favoritos y confirman los augurios del mundo liderando la serie con un 2-0. Esta situación aparentemente favorable no hace más que engrandecer el posterior fracaso de los chicos de Cuban. Los Mavs acaban cayendo ante los Heat de Wade y O'Neal en una serie a 6 partidos.

Aquella fue la derrota de los cobardes. El planteamiento del entonces técnico de Dallas, Avery Johnson, y la abulia del astro germano y MVP de la temporada regular, Dirk Nowitzki, condenaron a los suyos a una estrepitosa caída. La final se les antojó una gesta desmedida. Tanto los aficionados como los medios acudieron raudos a dar la primera puntada a la etiqueta de perdedor al combinado blanquiazul. Una marca difícil de borrar.

Los meses de verano se sucedieron paulatinamente y los texanos ansiaban quitarse la espina. La siguiente temporada dió el pistoletazo de salida y los Mavericks cosecharon 67 triunfos esta vez, con la esperanza de lograr el título que un año antes se esfumó ante su atónita mirada. Partían como líderes por el Oeste, y el choque en la primera serie contra unos Warriors que se habían colado por la mínima en post-temporada no parecía suponer una dura prueba. Craso error.

Una marabunta de aficionados pertrechados con banderas y pancartas permitió que se obrara el milagro. Corrían por aquel entonces los días del «WE BELIEVE». Los de Dallas, más favoritos que nunca, volvían a casa con las manos vacías, cediendo ante el rival más débil y dejando de lado los focos sin hacer ruido. La etiqueta se convirtió en tatuaje.

La franquicia de Texas lo tenía difícil. Ya no era ni mucho menos el equipo de moda, y su pilar maestro, Dirk Nowtizki, no parecía el líder que le concedería a Mark Cuban su capricho en forma de anillo. Estos Mavs traían al imaginario colectivo reminiscencias de aquellos Kings de principios de siglo que quisieron y no pudieron. O tal vez pudieron y no quisieron.

Todo parecía perdido hasta comienzos de 2010. En este punto, desembarcan Butler, Haywood y Stevenson. Y de su mano, una racha de 11 victorias consecutivas. Los Mavs recuperan la confianza sólo para volver a chocar de bruces con la realidad. Caen nuevamente en post-temporada, esta vez ante los Spurs. Su historia es la crónica de un fracaso anunciado y el rótulo permanece indeleble. Hasta hoy.

Tras apear al vigente campeón de la lucha por la gloria, los medios comienzan a hablar de la resurreción Maverick y el alemán que los lidera no puede evitar volver a soñar con las mieles del triunfo. A día de hoy, los suyos se sitúan en una final de conferencia hipotéticamente favorable y las Finales vuelven a encontrarse a un paso. Tras ellas, el anillo. El mismo que les permitirá desmarcarse del tópico y arrancarse de una vez por todas la etiqueta.

Esa maldita etiqueta.


Un saludo.

domingo, 8 de mayo de 2011

Laker Pride

«Mr. Clutch.» «El orgullo de los Lakers.» «Zeke from Cabin Creek.» Mil y un diferentes apelativos para referirse a un solo hombre. El mismo cuya silueta, a día de hoy, conforma el logo de la NBA. Jerry West.

A lo largo de la historia de la competición, son pocos los escoltas que han combinado la incisiva letalidad en ataque con la férrea determinación en defensa de las que hacía gala una noche tras otra el de Virginia. Su sangre fría a la hora de decidir partidos le granjeó el respeto de muchos de sus rivales a lo largo y ancho del país, mientras que su afán por competir hasta el último segundo cada choque llevó a los Lakers a conseguir un abono vitalicio para las Finales de la mejor liga del mundo.

El arsenal que lucía el militante de los entonces Minneapolis Lakers era el de un anotador letal. No prodigaba unas capacidades físicas espectaculares, desde luego. Ese nunca fue su juego. Su despliegue de medios pasaba más bien por una acerada intensidad en cada jugada, acompañada de la constante búsqueda de la perfección. 

Su promedio de 30 puntos por partido durante la Regular Season concedió a los suyos el billete a la post-temporada en numerosas ocasiones. Una vez allí, nada ni nadie podía pararlo. Una defensa inamovible, una nariz rota, dolores musculares... West nunca se rindió. Este ímprobo esfuerzo se tradujo en seis apariciones en la Final, que, a su vez, no fructificaron en forma de anillo. Unos hegemónicos Celtics se encargaron de dinamitar sus sueños incansablamente, una y otra vez, hasta contar cinco. El sexto mazazo vino de la mano de los Knicks.

Con todo ello, en el séptimo choque de 1969 ante la gran C, Jerry jugó lesionado. Sus 42 puntos, 13 rebotes y 12 asistencias bien le valieron el MVP de las Finales, erigiéndose así como el primer jugador del equipo perdedor al que se le otorgaba tal galardón. Tras esta proeza, siguió combatiendo junto a los suyos, autoproclamándose líder —mediante actos, que no palabras— cuando una grave lesión de rodilla sobrevino a Wilt Chamberlain. Finalmente, numerosos achaques forzarían su retirada en 1974.

Sin embargo, West nunca cortó su vínculo con la única franquicia cuya camiseta vistió en sus años como profesional. Tras abandonar el parqué, comenzó para él una travesía fuera de la cancha, pero dentro de la organización. Primero, entrenador, más tarde, ojeador y finalmente, General Manager. El mismo que participó de manera activa en la fragua de la dinastía de los 80, encabezada por Magic, y más tarde devolvió la gloria a los suyos vistiendo de púrpura y oro al tándem Shaq-Kobe, cerrando así una trayectoria de casi cuarenta años batallando por y para su equipo.


Posiblemente me esté volviendo loco, pero creo que vamos a ganar esta serie».»

Palabras de Bryant tras la tercera derrota de los angelinos. 


El espíritu Laker sigue vivo. Ahora más que nunca. Con un 0-3 en contra destellando en el marcador. Los jugadores, el cuerpo técnico, los aficionados. Todos lo saben. No importa si les lleva o no al anillo. Saben que ha llegado el momento de sudar sangre y lágrimas. De no bajar los brazos. De apretar los dientes. De dejarse la piel en cada balón suelto. De pelear cada rebote hasta desfallecer.

Ha llegado el momento de seguir el ejemplo de Jerry.


Un saludo.

domingo, 1 de mayo de 2011

WE BELIEVE

Comienzos de mayo de 2011. La segunda ronda de los Playoffs da el pistoletazo de salida, y, a pesar de declararse como un devoto incondicional de los Suns, enamorado de la elegancia y la magia del incombustible Steve Nash, uno no puede evitar sentirse un poquito Grizzly en su fuero interno. 

Echemos la vista sobre lo acaecido un par de madrugadas atrás en el FedEx Forum. Poniendo los ojos en este pequeño pedazo de historia reciente, enfundarse la equipación de los de Memphis, aunque sólo sea de manera pasajera, resulta inevitable. Revisemos los antecedentes.

Temporada 2003-04

Memphis Grizzlies estrena aparición en post-temporada. Nunca antes el equipo había aguantado sobre el ring hasta estos compases. Sin embargo, aquí están. Años de esfuerzo y reajustes terminan germinando y dando por fruto el anhelado billete hacia los Playoffs. Con un Pau Gasol con todo por demostrar, bisoño, inexperto e imberbe, como adalid de esta particular cruzada, el modesto conjunto emprende la marcha sin demasiada convicción para acabar chocando contra un muro inamovible.

Sobredosis de realidad en forma de barrido —4-0— ante unos Spurs ya consolidados pero todavía jóvenes que terminarían por consumar una dinastía propia en la década del 2000. Llegar vivos hasta mediados de abril para ceder su plaza sin poder pelear ni tan siquiera un solo encuentro se antoja amargo trago.

Temporada 2010-11

Unos envejecidos San Antonio Spurs cierran una sorprendentemente brillante temporada regular, luciendo el mejor bagaje victorias/derrotas en el Oeste y alzándose con el primer puesto. El rival a batir no es otro que Memphis Grizzlies, un viejo conocido que se ha clasificado con el octavo puesto y, a priori, no debiera suponer origen de holgadas dificultades. En Texas respiran con alivio. El primer choque tiene lugar en AT&T Center. El favorito parte con la ventaja de campo que peleó con uñas y dientes durante el transcurso de la Regular Season. Los de Popovich son ajenos al milagro que en esos momentos se está fraguando frente a ellos.


El equipo que años atrás, liderado por el abanderado de nuestro baloncesto nacional, cayó ante el rival más fuerte, dejándolo incólume por completo, sin capaz de asestarle un único zarpazo en forma de victoria, se alza sobre su némesis. Esta vez, es otro de los Gasol el que, no como líder, pero sí como pieza clave, participa en la proeza. El hermano menor de aquel que desfalleció siete años atrás, el mediano de entre los de su estirpe, logra ver consumada su particular venganza y da el siguiente paso con firmeza. Los de Memphis escriben de su puño y letra su propio renglón en la historia como el tercer equipo que, en 64 años y desde un octavo puesto, consigue apear de la pugna por el título al primero de la promoción. Y el resto forma ya parte de la memoria colectiva de este deporte. Los Grizzlies nunca volverán a ser ninguneados.


Tal vez sea porque dejarse llevar por la épica que destila la victoria de David sobre Goliath conforme algo inherente al ser humano. 

Tal vez sea porque no deja de conmovernos que aquello que el hermano mayor no pudo acometer ayer, lo acometa el menor hoy. 

Llegando al terreno personal, tal vez sea porque aún me duele que hayan sido precisamente estos Spurs los que dejaron sin opciones de alcanzar el anillo a los Suns durante los últimos diez años. 

O tal vez todo gire en torno al hecho de que todos aquellos que llevamos teñida la sangre con los colores de nuestro equipo, alguna vez nos hayamos visto forzados a gritar hasta perder la voz una consigna que, situada lejos de efectismos, se muestra clara, firme y simple. WE BELIEVE.


Un saludo.