domingo, 19 de junio de 2011

Gracias y hasta pronto

La temporada toca a su fin. Nos deja un merecidísimo anillo para los Mavs, el fantasma del lockout, la retirada de Shaq y el desembarco de Ricky. Los que entran por los que salen.

Comienzan las vacaciones para los profesionales y, por ende, para este bloguero. No por gusto, sino por imposición. La sequía NBA estival nos deja sin el material que necesitamos y no tengo intención de forzar la periodicidad en las publicaciones escribiendo banalidades. Por esta razón, probablemente no vuelva a postear cada domingo hasta el arranque del Eurobasket 2011.

No por ello dejaré de publicar. Siempre que la actualidad lo permita o las musas me pillen con el teclado a mano, volveré por estos lares. Os mantendré informados en la medida de lo posible.

Este ha sido un gran año, en suma. He alcanzado metas que cuando comencé, hace ya nueves meses, ni tan siquiera podía contemplar, y es por ello que quiero expresaros mi gratitud nuevamente.

A los que me animaron a arrancar con el proyecto, a los que se han preocupado por darme promoción, a los que me han abierto nuevas puertas, a los que me han brindado su apoyo incondicional desde el primer momento, a los que se han iniciado en esto del BA-LON-CES-TO como resultado de visitar este rincón cada fin de semana. A cualquiera que alguna vez me haya leído, comentado, alabado o criticado.

A todos aquellos sin los que esto no tendría ningún sentido. Gracias.

Nos vemos sobre el parqué, amigos.


Un saludo.

domingo, 12 de junio de 2011

Héroes y villanos

11 de junio de 1997

Las series se antojaban cuesta arriba para los Bulls de Jordan. El tándem Stockton-Malone había conseguido dos victorias consecutivas que posicionaban a los Jazz con un 2-2 y el jugador franquicia de Chicago se levantó esa mañana pálido y febril. Le fue diagnosticada una intoxicación y los médicos dijeron que de ninguna manera podría jugar esa noche. Michael tenía otra opinión.

Cayó la noche en Salt Lake City, y con ella, el comienzo del choque. Los Jazz, que jugaban en en casa, empezaron dominando el partido espoleados por el apoyo incondicional de una de las mejores hinchadas del mundo y aprovechando la debilidad de la estrella rival. Tras cuajar un primer cuarto baldío, parecía a todas luces evidente que el líder de los visitantes no estaba en condiciones de jugar. Sin embargo, en el segundo cuarto, comenzó a encajar una canasta tras otra, a pesar de carecer de su explosividad habitual.

Inexplicablemente, volvió a obrarse el milagro. Dios terminó enfundándose una vez más la camiseta de los Bulls para cosechar 38 puntos, anotar un tiro decisivo y darle la victoria a los suyos. Esa noche pasó a la historia de la NBA como «The Flu Game» y constituye una de sus actuaciones más memorables.


Volvemos del flashback.

14 años después, la épica vuelve a llamar a las puertas del baloncesto. Durante el cuarto encuentro entre Mavericks y Heat en las presentes Finales, el astro alemán y principal referencia de los primeros, Dirk Nowitzki, trajo a la memoria colectiva reminiscencias del más grande. El mismo que sostuvo el peso de su equipo cuando las piernas no le permitían sostener el suyo propio.

El partido comenzó siendo de un solo color. Los Heat castigaban sin piedad a los locales mientras éstos mostraban precipitación, inseguridad y poco acierto en el tiro. La estrella blanquiazul rozaba los 39º C de fiebre. Las circunstancias no permitían otra cosa que augurar un negro final para los del alemán.

La balanza terminó equilibrándose, y ambos equipos llegaron al descanso parejos en el marcador. El partido seguía apretado, y los Mavericks no podían contar con la mejor versión de su estrella. Esa misma versión que les resulta indispensable a la hora de decidir encuentros.

Fue el último cuarto, cuando la situación más lo exigía, el punto en el que Dirk hizo su aparición. Batalló incansablemente tanto contra el rival que tenía enfrente como contra el que tenía dentro. La fiebre de Nowitzki incendió el American Airlines Center y sus 21 puntos terminaron decidiendo el signo del partido.


Ahora, una vez acometida la gesta, aquellos que no pudieron pararle, hacen bromas al respecto. Dwayne Wade y LeBron James consideran adecuado imitar a su rival de cara a las cámaras, fingiendo tos y escenificando otros aspavientos. Una nueva muestra de clase y elegancia por parte de aquel que se autoproclama a los cuatro vientos como «Rey de reyes» y sus amigos.

Una vez más, aquel que busca equiparar su grandeza a la de Jordan, olvida que, además de clase y elegancia, Michael tenía cerebro.

Michael pertenecía a esa raza de jugador que habla sobre la cancha, porque no necesita hacerlo fuera de ella. Al estilo de un tal Nowitzki. Lo mismo os suena.


Un saludo.

domingo, 5 de junio de 2011

Adiós

Durante la primavera de 1985, Dale Brown, técnico de Lousiana State, tuvo a bien el concederse un descanso en su extenuante labor de recruit. Brown era uno de esos tipos que, más que trabajar para vivir, viven para trabajar. Todo por y para el BA-LON-CES-TO.

El entrenador viajó a la base alemana de Wildflecken por cortesía del Departamento de Estado. Allí, el ejército americano aglutinaba 80.000 unidades en la frontera con la RDA, principal reducto comunista en lo más profundo de Europa. El objetivo: impartir un clinic que aunase espectáculo y motivación.

Fue allí, tras concluir un discurso, donde un muchacho negro, de maneras educadas y pulcramente vestido, asaltó al coach. Se alzaba cerca de dos metros sobre el suelo y superaba sobradamente los 100 kilos.

- Entrenador, no quiero molestarle pero, ¿podría pedirle unos minutos?
- Dispara, chico.
- Verá, me canso con facilidad y, a pesar de mi tamaño, tengo dificultades para machacar el aro.
- ¿Cuánto tiempo llevas en el servicio, soldado?
- Tengo 13 años, señor.
- ¿Y qué haces aquí, hijo?
- Mi padre es el sargento Philip Harrison. Me llamo Shaquille O'Neal.

Brown se mostró desesperado por ponerse en contacto con el padre del chico. Estaba dispuesto a todo con tal de concertar una cita con él. Sin embargo, los acontecimientos no transcurrieron como cabía esperar por parte del técnico.

- Verá, señor Brown. Todo esto del baloncesto está muy bien, pero ya es hora de que la población negra piense en otras cosas. Alcanzar mi posición, convertirse en directores y presidentes de compañías o incluso ser entrenadores, como usted, y no asistentes.
- No le falta a usted razón. En cualquier caso, acepte mi tarjeta, por favor.

Semanas más tarde, llegaba una carta al domicilio del entrenador. Se trataba de aquel chico. Quería agradecerle su ayuda, y lamentaba haber sido cortado por el equipo del instituto debido a su torpeza. 

- Nunca podrás jugar a esto.

En ese momento, Brown decidió ponerse manos a la obra. Respondió al chico enviándole un poema de motivación y comenzó a seguir sus pasos mucho más de cerca. La familia se trasladó a San Antonio, y el joven ingresó en un nuevo instituto. Sin embargo, tan marcado quedó por el rechazo, las acusaciones de torpeza y su tartamudez que, cuando finalmente quedó bajo las órdenes de Brown, le suplicó que no contase con él para los sistemas de ataque.


 - Chris y Stanley están para eso, señor. Yo me encargaré de taponar y ayudar en defensa.

El entrenador respondió ante estas palabras redoblando la carga de trabajo del chico. Entrenaría hasta perder el aliento y el miedo. Y así fue.

El sargento Harrison puede echar la vista atrás y sentirse orgulloso. Su chico consiguió graduarse.

Por si eso fuera poco, años después se retiraría tras haberse consolidado como en el mejor y más dominante pívot de su época. A día de hoy, algunos lamentamos su marcha.


Dejas atrás 19 años de reinado en la pintura. 4 anillos, 1 MVP y miles de momentos que jamás podremos olvidar, tanto sobre el parqué como lejos de él. Has cumplido de manera sobresaliente con tu papel, el legado de Wilt y Kareem ha pasado dignamente por tus manos. Ahora te ves forzado a pasarle el testigo a otros que difícilmente llegarán a ser la sombra de lo que tú has sido.

Te echaremos de menos, grandullón.


Un saludo.