domingo, 12 de junio de 2011

Héroes y villanos

11 de junio de 1997

Las series se antojaban cuesta arriba para los Bulls de Jordan. El tándem Stockton-Malone había conseguido dos victorias consecutivas que posicionaban a los Jazz con un 2-2 y el jugador franquicia de Chicago se levantó esa mañana pálido y febril. Le fue diagnosticada una intoxicación y los médicos dijeron que de ninguna manera podría jugar esa noche. Michael tenía otra opinión.

Cayó la noche en Salt Lake City, y con ella, el comienzo del choque. Los Jazz, que jugaban en en casa, empezaron dominando el partido espoleados por el apoyo incondicional de una de las mejores hinchadas del mundo y aprovechando la debilidad de la estrella rival. Tras cuajar un primer cuarto baldío, parecía a todas luces evidente que el líder de los visitantes no estaba en condiciones de jugar. Sin embargo, en el segundo cuarto, comenzó a encajar una canasta tras otra, a pesar de carecer de su explosividad habitual.

Inexplicablemente, volvió a obrarse el milagro. Dios terminó enfundándose una vez más la camiseta de los Bulls para cosechar 38 puntos, anotar un tiro decisivo y darle la victoria a los suyos. Esa noche pasó a la historia de la NBA como «The Flu Game» y constituye una de sus actuaciones más memorables.


Volvemos del flashback.

14 años después, la épica vuelve a llamar a las puertas del baloncesto. Durante el cuarto encuentro entre Mavericks y Heat en las presentes Finales, el astro alemán y principal referencia de los primeros, Dirk Nowitzki, trajo a la memoria colectiva reminiscencias del más grande. El mismo que sostuvo el peso de su equipo cuando las piernas no le permitían sostener el suyo propio.

El partido comenzó siendo de un solo color. Los Heat castigaban sin piedad a los locales mientras éstos mostraban precipitación, inseguridad y poco acierto en el tiro. La estrella blanquiazul rozaba los 39º C de fiebre. Las circunstancias no permitían otra cosa que augurar un negro final para los del alemán.

La balanza terminó equilibrándose, y ambos equipos llegaron al descanso parejos en el marcador. El partido seguía apretado, y los Mavericks no podían contar con la mejor versión de su estrella. Esa misma versión que les resulta indispensable a la hora de decidir encuentros.

Fue el último cuarto, cuando la situación más lo exigía, el punto en el que Dirk hizo su aparición. Batalló incansablemente tanto contra el rival que tenía enfrente como contra el que tenía dentro. La fiebre de Nowitzki incendió el American Airlines Center y sus 21 puntos terminaron decidiendo el signo del partido.


Ahora, una vez acometida la gesta, aquellos que no pudieron pararle, hacen bromas al respecto. Dwayne Wade y LeBron James consideran adecuado imitar a su rival de cara a las cámaras, fingiendo tos y escenificando otros aspavientos. Una nueva muestra de clase y elegancia por parte de aquel que se autoproclama a los cuatro vientos como «Rey de reyes» y sus amigos.

Una vez más, aquel que busca equiparar su grandeza a la de Jordan, olvida que, además de clase y elegancia, Michael tenía cerebro.

Michael pertenecía a esa raza de jugador que habla sobre la cancha, porque no necesita hacerlo fuera de ella. Al estilo de un tal Nowitzki. Lo mismo os suena.


Un saludo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario