domingo, 19 de diciembre de 2010

El hermano pobre

Circula una leyenda urbana. Un mito que dice que si Magic Johnson, Michael Jordan, Larry Bird, Karl Malone y Hakeem Olajuwon, por algún casual, hubiesen coincidido en Los Angeles Clippers, no habrían ganado ni un solo anillo. Es más, probablemente ni siquiera se habrían clasificado para Playoffs. Se trata de la maldición del hermano pobre.

Los Clippers gozan de una más que justificada mala fama dentro del mundillo NBA. Llevan el cartel de gafe pegado en la frente prácticamente desde el mismo momento de su constitución como franquicia. Tal vez esta sea la razón por la que nadie se sorprendió la pasada temporada cuando, después de realizar la adquisición vía draft del prometedor Blake Griffin, éste cayese fulminado presa de una siempre problemática lesión de rodilla. Lesión de gravedad tal que el novato no podría debutar en toda la temporada. Hay a quién esta historia le sonaba, y no éramos pocos los que olíamos un segundo caso Greg Oden. Joven talento desembarca en la NBA, parece capaz de todo, la lacra de las lesiones se ceban con él y su futuro de repente se nubla de manera irremisible, dejando a medio mundo con las ganas de ver lo que ese chico habría sido capaz de hacer.

Sin embargo, contra todo pronóstico —no olviden que estamos hablando de los Clippers, damas y caballeros— y hasta el momento presente, ese portento físico, el tal Griffin, se muestra sano, fuerte, dominador y espectacular. Desde que arrancó la actual temporada, es raro no ver a este tipo día sí, día también en lo más alto de los highlights, las jugadas más destacadas de la jornada. En más de una ocasión, luciendo un doblete. Angelito.

Desde que llegó, algo ha cambiado en Los Angeles. El reinado de los Lakers sigue vigente, sin ninguna duda, pero la gente ha dejado de obviar al hermano pobre. Ahora el mundo entero gira la cabeza para ser testigo de lo que se gesta en el vestuario de los Clippers.

-¿Qué hicieron los Clippers anoche?

-¿Contra quién juegan hoy?

-¿De dónde ha salido ese tal Griffin? Ah, ¿pero que es su primer año?

No es para menos. Este chico es una máquina de hacer baloncesto. Pertenece a esa raza de matadores inmunes a las leyes de la gravedad, capaces de machacar el aro en Slow Motion con tan solo proponérselo. Cogen la bola, se internan en la pintura y lo destrozan todo a su paso, ajenos a lo que pueda estar ocurriendo debajo de ellos. Estamos ante un atleta que juega al baloncesto, que usa la fuerza bruta como base de su juego, haciendo de cada movimiento algo espectacular a los ojos de los simples mortales. La labor de su entrenador, Vinny del Negro, es conseguir que este atleta se convierta precisamente en un jugador de baloncesto.

Lejos de dejarnos llevar maravillados por esta fuerza de la naturaleza, seamos realistas. Los Clippers lucen al cierre un bochornoso 7-21. El chico milagroso todavía no hace milagros. Tiempo al tiempo. No está del todo mal rodeado. Kaman, Davis, Gordon, Jordan... No son mimbres para tejer un equipo campeón, pero con una política de fichajes más o menos racional, y con Griffin en el centro de todo, el equipo podría alzarse como potencia peligrosa es el ya no tan salvaje Oeste en unos cuantos años. Es una mera cuestión de paciencia. O no.


Allá por los 70, bajo el nombre de Buffalo Braves, nace un equipo de baloncesto. Un equipo que, como cualquier debutante, empezó con mal pie. Tras ocho años de más pena que gloria, la franquicia se traslada a San Diego, en busca de los éxitos que en su anterior etapa no pudo cosechar, pero se topa de bruces con la realidad y la tendencia perdedora del conjunto se acentúa más si cabe. Después de otros seis años encajando golpes y reveses, la franquicia decide volver a mudarse. Esta vez a la concurrida ciudad de Los Angeles, bajo la alargada sombra de los Lakers. Mala suerte, desde entonces, 1984, hasta hoy, 2010, más de lo mismo. La imagen de los Clippers no ha variado un ápice...

No es a mí a quién corresponde escribir el resto de la historia. El cómo después de 40 años de fracasos, un equipo de perdedores consigue reunir valor y fuerza suficiente para levantarse, para luchar, para tocar la gloria con la punta de los dedos. Para dejar de ser el hermano pobre. Para ganar. Eso es cosa de un tal Blake Griffin. Lo mismo os suena.


Un saludo.

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