domingo, 15 de enero de 2012

Bill

Michael Jordan. Tomémonos por un momento la libertad de ignorar a unos pocos disidentes para proclamarle mejor jugador de la historia de este deporte. Hecho. Y ahora, retrotraigámonos a un pasado más lejano. Allá por la década de los 60. Mucho antes de Mike. Tiempos opacos, para muchos. Tiempos de Bill.

Bill Russell fue, desde dos puntos de vista muy diversos, uno de esos jugadores que a día de hoy escasean. 

Mirando a través de un cristal, tenemos al pívot rocoso y dominante. Si hasta las temporadas previas a la retirada de Shaq hemos contado con este concepto de center que ahora se encuentra en peligro de extinción, es, en buena medida, gracias a Bill. 

Mirando a través del otro, el jugador fiel a una ciudad, a un equipo y a unos colores. 13 temporadas en una misma escuadra hablan por sí solas, máxime si tomamos en consideración los bailes de fichajes y cambios de cromos que se producen día sí, día también, en los tiempos que corren.

Salta a la vista que si aquellos Celtics ganaron 11 anillos en 13 temporadas, no fue exclusivamente por Rusell. Bob Cousy, John Havlicek y su entrenador, Red Auerbach, tuvieron mucho que ver con este apabullante éxito. Sin embargo, y desde una óptica puramente personal, Bill ejerció de piedra angular. Él y su manera de ver el juego, más orientada hacia el triunfo colectivo que hacia el lucimiento personal.

Todo comenzó con unos Celtics sentando las bases de lo que terminaría por ser la dinastía más laureada de la historia de la NBA. Russell llegó a un equipo en el que Bob Cousy llevaba las riendas con una mano. De la otra iba Bill Sharman, formando entre ambos un  tándem exterior explosivo en lo que al ataque se refiere.

El chico comenzó con buen pie. En su temporada de novato promedió más de 19 rebotes por partido, estableciendo un nuevo récord histórico en la liga. Se echó el equipo a la espalda y lo transportó hasta la final, cara a cara contra los Saint Louis Hawks de Bob Pettit. Allí hubieron de jugar los 7 encuentros, amén de dos prórrogas como broche del último, pero Red y sus chicos lo consiguieron. El primer anillo de la era Auerbach ya estaba en casa.

El discurrir del tiempo siguió su curso. Entretanto, el grandullón estableció su reinado en la pintura con mano de hierro, mientras se anexionaba todo rebote que osase caer por allí y taponaba a aquellos lo bastante ingenuos como para intentar un lanzamiento dentro de sus dominios. De esta manera, cambió diametralmente la manera de entender el baloncesto, enfatizando la importancia de la defensa y perfeccionando la intimidación hasta convertirla en arte. Todo ello, sin ser una fuerza de la naturaleza como otros que le sucedieron en la zona. Su poderío defensivo se basaba más bien en la anticipación, para adelantarse a los movimientos de su par, y la intuición, para adivinar hacia qué lado decidiría caer el caprichoso balón de caucho.

Llegó la segunda final, nuevamente ante los de Saint Louis. Una intempestiva lesión de rodilla sobrevino a Bill, y dejó a los verdes fuera de la pugna por el anillo. Los Hawks ganaron aquel campeonato, pero la hegemonía Celtic seguía adelante con un ritmo imparable. Bill afianzó su señorío bajo los aros, superando en numerosas temporadas los 23 rechaces por partido. El siguiente año, los verdes arrollaron inmisericordemente a los Minneapolis Lakers en cuatro partidos, ganando así el primero de los 8 anillos consecutivos que concatenarían.

En 1959, desembarca en la NBA el que a la postre se convertiría en su némesis, Wilt Chamberlain. Frente a la figura de jugador de equipo que representaba Bill, Chamberlain se mantendría dentro de aquellos parámetros en los que se encuadra una estrella individualista. Esta contraposición no fue más que el comienzo de una fiera rivalidad entre ambos jugadores. Año tras año, ambos pulverizaban los récords del otro, convirtiendo su lucha personal en una de las más intensas y significativas de la historia del baloncesto.

Bill siguió ganando anillos con la gran C, hasta tener más de estos que dedos donde calzarlos. Se retiró estableciendo un récord de 21.620 rebotes, marca que años más tarde superaría Wilt Chamberlain con 23.900 en su haber.

Pero esa es otra historia y habrá de ser contada en otra ocasión.

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